Flaco favor a la democracia le hace la polarización
que se enquista fuertemente en la realidad nacional, fortalecida en estos días
por los enfrentamientos y acusaciones personales entre los “eruditos” de la
política criolla, basando sus incriminaciones en aspectos netamente subjetivos,
gobernados por la vanidad y el protagonismo propio de los gamonales
ventijulieros tan pasados de moda, y que dejan de lado lo que otrora era el
insumo esencial del debate electoral, las propuestas y la elocuencia del
candidato.
Muy lamentable resultan las escenas grotescas
cubiertas de fina verborrea entre los miembros del aquelarre presidencial y su
antiguo jefe el expresidente Uribe, carentes desde cualquier óptica de los
fundamentos reales del debate político (respecto de lo cual cabe preguntarnos
¿Por qué hicieron parte activa del anterior gobierno si era tan malo?); nutrido
y alentado, eso sí, por el amarillismo de los medios de comunicación, reflejo
vivo de la carente, por no decir inexistente, responsabilidad social y
profesionalismo en el ejercicio de su función, pues no en vano sus diarias
emisiones y tirajes en nada promocionan las propuestas estructurales que
propendan por superar los problemas de la nación o en nada estimulan el debate
abierto y sin guiones de los aspirantes presidenciales, construyendo de esta
forma una visión miope de lo que en realidad significa la elección
presidencial, movidos únicamente por el lucro que la publicidad de sus patrañas
genera.
Ni que hablar del vergonzoso papel que están
desarrollando los partidos políticos, quienes por antonomasia fungían como
vasos comunicantes entre gobernantes y gobernados, convertidos ahora, consecuencia
de la diabetes que trajo la “mermelada” presidencial, en fragmentos carentes de
representación cuya ideología se diluyo de forma lenta e imperceptible ante la
mirada cómplice de sus directivos, los cuales utilizan sus banderas como
plataforma que permita, al mejor estilo de Judas Iscariote, anteponer sus
intereses particulares sobre los generales. Esta carente ideología les impide
tomar partido en forma responsable en los asuntos nacionales, despersonalizando
las discusiones prelectorales y eliminando de tajo el asomo de peligrosos
caudillos que con sus cantos de sirena conquistan un electorado cada vez más
desencantado por la avaricia del político de turno y cada vez más confundido
con la información parcializada que recibe de los comunicadores.
Despersonalicemos el debate, el candidato debe
convertirse en la cabeza visible de un conglomerado organizado que se
identifica no con la persona, sino con la ideología que representa, extirpemos
los santistas, los uribistas, los peñalosistas o los petristas, y que florezcan
los liberales, los conservadores, los progresistas, en fin, que germinen los
partidos políticos con ideologías identificadas y claras, que impidan de forma
directa los enfrentamientos subjetivos entre los protagonistas políticos de
momento, otorgándonos a nosotros los electores de a pie las herramientas
necesarias para votar, al mejor estilo de las democracias robustas y
responsables, por un partido y no por un candidato; eliminando de paso de la
escena nacional personajillos nefastos, que revolotean de partido en partido que
despotrican de su anterior jefe y adulan la ineptitud del actual, en busca de
la sombra protectora de la burocracia y el dulce néctar de la mermelada gubernamental.
Nota
marginal:
Reconocimiento especial a mis amigos Diego Chacón y Rafael Carillo, cerebros
fugados, que con la humildad y abnegación de los filántropos de forma permanente
realizan aportes al desarrollo de la humanidad, marginales a los
reconocimientos y halagos de la vacía sociedad.
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